miércoles, enero 21, 2009

Apología de lo antiguo

Del mundo desarrollado me gusta la seguridad, muy conveniente para dedicarse a labores creativas, sobre todo porque se puede encontrar una estabilidad que permita no estar constatemente pensando en la supervivencia. No me gusta la represión aburguesada, el olvido y la represión de cuanto salvaje, animal y a mi parecer más humano, puede haber en el hombre. Oh, picardía, oh, sentido del humor. Yo me cae que me cae que me regreso a lo popular. Entre lo burgués y lo moderno, entiéndase como cultura del trabajo no me hallo.

Mis constantes reflexiones acerca de la modernidad se ven respaldadas por la opinión de Octavio Paz -citado por Berman, 1982, pág. 35, a quien cita Washabaugh-, que incansablemente la cuestiona:

"El año 1789 marca una ruptura de la memoria social de proporciones sísmicas. Las instituciones oficiales de la memoria del Antiguo Régimen -la Corte y la Iglesia- fueron neutralizadas. Como consecuencia de esta neutralización, el pueblo dejó de saber a qué pasado atenerse. Sobre este periodo, el poeta y crítico mexicano Octavio Paz dice que la modernidad es <>."


- William Washabaugh. Flamenco. Pasión, política y cultura popular. Paidós Ibérica. 2005. Pág 92

Y sobre el rescate del pasado y mi personal obsesión con el flamenco:

"Los estudiosos como Lorca apreciaban el candor y la espontaneidad de la actuación flamenca, en parte porque esa espontaneidad, pese a ser un producto de la profesionalización, parecía la antítesis de los artificios de la escena profesional. El atractivo de las actuaciones pulidas-pero-espontáneas es de la misma clase que la pasión contemporánea por las mercancías fabricadas que no parecen de fábrica, como la tela producida mecánicamente que tiene hebras para simular la confección manual (Orvell, 1989), o como los CD grabados con efectos de rayado que sugieren la autenticidad de la grabación fonográfica (Corbett, 1990), o como las actuaciones de blues que subrayan la rancia imagen del viejo y analfabeto pero heroico cantante. Como tantas otras cosas en la cultura del consumidor, el flamenco prometía, <<como mínimo, la ilusión de la conexión con el pasado>> (Lipsitz, 1990, pág. 11). El flamenco se presentaba a sí mismo como <<ese otro lugar exótico, la diferencia inexplorada, el mundo de lo "natural" y lo "nativo" [...] una autenticidad para ser enarbolada contra la corrupción de la modernidad>> (Chambers, 1994, pág. 12).

- William Washabaugh. Flamenco. Pasión, política y cultura popular. Paidós Ibérica. 2005. Pág 92

Estamos perdidos, querido lector.

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