viernes, abril 26, 2013

A la madre

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La educación de la madre empieza en la cuna. Cuando abrimos los ojos por primera vez, nos encontramos frente a una mujer que nos mira llena de ternura. Es nuestra madre. Hay que empezar a educarla sin pérdida de tiempo.

En primer lugar, hay que corregirle el lenguaje. Nos va a decir "pichocho" por precioso, "papos" por zapatos, "quedes más", por quieres más, etc. Cuando la madre diga "papos", el infante debe contestar, severamente:

- Nada de "papos": zapatos.

Porque en la ignorancia fingida de la madre hay una mala fe notoria. Nos enseña a hablar como idiotas, y después cree que somos idiotas porque hablamos como ella nos enseñó. Es mala fe notoria, pero inocente. Es parte de lo que se llama instinto maternal.

 Este fenómeno abarca, no sólo el lenguaje, sino la mayoría de las actividades de un bebé. Nos pone una ropa ridícula que nadie en sus cabales se atrevería a escoger, nos da una comida insípida e indigesta, nos atraganta con ella, nos impide el uso de las instalaciones sanitarias, y prefiere pasarse el día cambiándonos los pañales, y lo que es peor, después de queja y nos acusa de esclavizarla. ¿Que cómo se puede evitar esto? Con energía, creo yo. Rechazar, de una manera categórica, todo lo que nos parezca que van en mengua de nuestra dignidad; dar órdenes concretas y específicas:

 - Quiero desayunar huevos rancheros - por ejemplo, y explicarle cómo se hacen los huevos rancheros, por si ella lo ignora, o por si se le ocurre pretender ignorarlo.

 De otra manera, nos quedamos vestidos de azul claro y comiendo papillas hasta los cuarenta años.

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 - Fragmento "A la madre" del capítulo "Homenajes" en "Viajes en la América Ignota". Jorge Ibargüengoitia. (1972).

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