martes, enero 29, 2008

Ambas, putas

Del capítulo octavo del tomo segundo de "El segundo sexo" de Simone de Beauvoir.

Las alcantarillas son necesarias para mantener la salubridad de los palacios, decían los Padres de la Iglesia. Y Mandeville, en una obra que hizo mucho ruido, dijo: "Es evidente que existe una necesidad de sacrificar a una parte de las mujeres para conservar a la otra y para prevenir una suciedad de una naturaleza más repugnante." Uno de los argumentos de los esclavistas norteamericanos a favor de la esclavitud era que los blancos del Sur, al quedar liberados de las tareas serviles, podían mantener entre ellos relaciones más democráticas, más refinadas; de la misma forma, la existencia de una casta de "mujeres perdidas" permite tratar a la "mujer honrada" con el respeto más caballeresco. La prostituta es un chivo expiatorio; el hombre se libera con ella de sus bajos instintos para renegar de ella a continuación. No importa que un estatuto especial la coloque bajo una vigilancia policial o que trabaje en la clandestinidad: siempre será tratada como una paria.

Desde el punto de vista económico, si situación es simétrica a la de la mujer casada. "Entre las que se venden por la prostitución y las que se venden por el matrimonio, la única diferencia consiste en el precio y la duración del contrato", dice Marro(1). Para ambas el acto sexual es un servicio; la segunda está enganchada de por vida a un solo hombre; primera tiene varios clientes que pagan a destajo. Una está protegida por un hombre contra todos los demás, otra se defiende gracias a todos de la tiranía exclusiva de cada uno.


(1) La puberté.

Qué asco, tías.

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