domingo, enero 04, 2009

Sobre el barroco español

El arte barroco, como ha dicho Werner Weisbach en su admirable libro sobre él, es el arte de la propaganda. La Iglesia ya no era universal y había perdido mucha de su anterior confianza en sí misma. Sin embargo seguía sintiendo la necesidad de excitar, impresionar, desconcertar y abrumar a la gente. Su arte maestro era la arquitectura, pero en los interiores de sus iglesias, que es donde uno debe buscar sus triunfos principales, recurría a todas las artes visuales para que colaboraran en producir grandiosos efectos teatrales de lujo, misterio y drama. Precisamente en esa época la música, el drama poético y la escena estaban combinándose en la nueva forma de arte de la ópera, del mismo modo que la pintura, la arquitectura y la escultura estaban aprendiendo a unirse y ofrecer algo las unas a las otras.

Los talentos exigidos a un arquitecto barroco eran en consecuencia grandes poderes de invención en distintos medios, combinados con un puño firme que mantuviera juntas todas las fluyentes, retorcidas, coloristas y discordantes partes. Tenía que ser una especie de empresario de la madera y de la piedra que poseyera un fuerte sentido de su efecto teatral. Los españoles mostraron una notable aptitud para ello. Encajaba con su tradición artesana árabe y mudéjar en diseñar complicados esquemas lineales y con su inclinación a organizar elaboradas ceremonias religiosas y procesiones. Encajaba aún más con su anhelo nativo - africano, podría llamársele- para extraer hasta la última gota de emoción de una situación, para extraer cada sentimiento, y especialmente cada sentimiento doloroso, hasta el punto del orgasmo. [...] Y de ahí también la concentración de los arquitectos y decoradores de iglesias en crear en la mente del feligrés una disposición de ánimo de maravilla y misterio, en la cual perderá el sentido de su propia personalidad y será incapaz de pensar de forma crítica o con desprendimiento sobre ningún tema. Déjenme, para hacerlo más claro, citar A sampler of Castile de Roger Fry, que pese a su brevedad es el mejor ensayo jamás escrito sobre arte español:

La arquitectura, la escultura y la pintura en una iglesia española son accesorios al arte puramente dramático -la danza religiosa, si lo prefieren- de la misa. A causa de la superabundancia y confusión de tanto oro y relumbre, entrevisto a través de la penumbrosa atmósfera, la mente se siente exaltada y fascinada. El espectador no es invitado a mirar y comprender, se le pide que sea pasivo y receptivo: se ve reducido a una condición hipnoide. ¡Cuán diferente de esto es el gótico primitivo de Francia o el Renacimiento de Italia! En ellos todo es luminoso, claro, objetivo. La mente es liberada de sí misma hacia la contemplación activa de formas y colores. Esas artes son precisamente expresivas de ideas estéticas; el español es impresionante en razón de su deseo de claridad. Su efecto es acumulativo: permite a un arte mezclarse con otro y todos juntos producir un estado que es completamente distinto al de la comprensión estética.


Por esta razón, creo, el Barroco español tiene el poder de agitar las emociones y situar la mente en un estado de confusa exaltación y sorpresa que no proporciona el más intelectual y clásicamente arraigado Barroco de Italia. Puesto que el arte barroco apunta precisamente a esas casualidades, parece razonable calificarlo como el más perfecto. Pero si un arte así puede ser considerado como grande ya es otro asunto.

- La faz de España. Gerald Brenan. Ediciones Península. 2003. Pág. 65-66.

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