sábado, septiembre 16, 2006

Aura de Carlos Fuentes

La anciana sonreirá, incluso reirá con su timbre agudo y dirá que le agrada tu buena voluntad y quee la joven te mostrará tu recámara, mientras tú piensas en el sueldo de cuatro mil pesos, el trabajo que puede ser agradable porque a tí te gustan estas tareas meticulosas de investigación, que excluyen el esfuerzo físico, el traslado de un lugar a otro, los encuentros inevitables y molestos con otras personas. Piensas en todo esto al seguir los pasos de la joven - te das cuenta de que no la sigues con la vista, sino con el oído: sigues el susurro de la falda, el crujido de una tafeta - y estás ansiando, ya, mirar esos ojos. Asciendes detrás del ruido, en medio de la oscuridad, sin acostumbrarte aún a las tinieblas: recuerdas que deben ser cerca de las seis de la tarde y te sorprende la inundación de luz de tu recámara, cuando la mano de Aura empuje la puerta -otra puerta sin cerradura- y en seguida se aparte de ella y te diga:
- Aquí es su cuarto. Los esperamos a cenar dentro de una hora.
Y se alejará, con ese ruido de tafeta, sin que hayas podido ver otra vez su rostro.

- Carlos Fuentes, Aura
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