lunes, julio 06, 2009

Sobre la realidad como invención propia

Para muchos el constructivismo no es más que otro nombre del nihilismo. Quien está convencido de que no se puede vivir sin un sentido definitivo en la vida no podrá ver en el constructivismo más que al precursor de la disgregación y del caos. Para esta persona la idea de que toda realidad es en última instancia una realidad inventada le deja aparentemente sólo una conclusión: el suicidio. "Tengo el deber de documentar mi incredulidad", dice el suicida Kirillov en Demonios de Dostoievski. "Para mí no hay idea más elevada que la de que Dios no existe. En favor mío habla toda la historia de la humanidad. Hasta ahora el hombre no ha hecho otra cosa que inventar a Dios para poder seguir viviendo sin darse muerte; era la historia universal hasta ahora."

El suicida busca el sentido de la vida, en un determinado momento se convence que ese sentido no existe y se mata, no porque el mundo como tal se le revele indigno de vivirse, sino porque el mundo no satisface su exigencia de tener un sentido definitivo e inteligible. Con esa exigencia el suicida ha construido una realidad que no encaja y por eso naufraga la nave de su vida. Nada está más lejos del inventor que esta mortal realidad que la sabia discreción del rey de Alicia en el País de las Maravillas, quien lee el poema del conejo blanco, no encuentra sentido en él y aliviado declara con un encogimiento de hombros: "Si esto no tiene sentido, el hecho nos ahorra una cantidad de trabajo pues entonces no necesitamos buscarlo." Esencialmente no dice otra cosa Wittgenstein cuando en su Tractatus logico-philosophicus (párrafo 6521) escribe: "La solución del problema de la vida se entrevé al desaparecer dicho problema."

La contrapartida del suicida es el hombre que busca; la diferencia entre ambos es sin embargo insignificante. El suicida llega a la conclusión de que no existe lo que busca; en cambio, el buscador llega a la conclusión de que todavía no ha buscado en el lugar correcto. El suicida introduce el concepto de cero en la "ecuación" existencial; el otro introduce en ella el concepto del infinito; cualesquiera de esas búsquedas es autoinmunizante, en el sentido de Karl Popper, y por lo tanto no tiene fin. Son infinitos los posibles lugares "correctos" en que puede encontrarse lo buscado.

El cargo del nihilismo se reduce a sí mismo al absurdo al demostrar lo que quiere refutar, esto es, que el postulado de un sentido presupone el presunto descubrimiento de un mundo carente de sentido.

Sin embargo hasta ahora nada hemos dicho sobre la realidad que construye el propio constructivismo. En otras palabras, ¿qué experimentaría un hombre qye estuviera resuelto a ver consecuentemente su mundo como su propia construcción? Ese hombre sería ante todo tolerante, como señaló Varela en su contribución a este libro. El que llega a comprender que su mundo es su propia invención debe acordar lo mismo a los mundos de sus semejantes. El que sabe que no puede saber la verdad sino que su visión de las cosas sólo puede encajar más o menos encontrará difícil atribuir a sus semejantes malignidad o locura y le resultará difícil asimismo persistir en el pensamiento primitivo y maniqueo de "Quien no está conmigo está contra mí". La idea de que nada sabemos mientras no sepamos que no conocemos nada de manera definitiva supone el respeto por las realidad inventadas por otros hombres. Sólo cuando esas otras realidad se hacen ellas mismas intolerantes, nuestro hombre - siempre según el sentido del Karl Popper - podría arrogarse el derecho de no tolerar la intolerancia.

Además, tal hombre se sentiría responsable en un sentido profundamente ético, responsable no sólo de esas profecías suyas, creadoras de realidades, que se realizan por obra de sí mismas. Pero él ya no está abierto al cómodo camino de proyectar la propia culpa a las circunstancias y a otros seres humanos.

Esta responsabilidad plena significaría también su plena libertad.

- Del Epílogo de La Realidad Inventada. De Paul Watzlawick y otros.

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