sábado, enero 28, 2006

La peste del insomnio

Catuare, el indio, no amaneció en la casa. Su hermana se quedó, porque su corazón fatalista le indicaba que la dolencia letal había de perseguirla de todos modos hasta el último rincón de la tierra. Nadie entendió la alarma de Visitación. "Si no volvemos a dormir, mejor", decía José Arcadio Buendía, de buen humor. "Así nos rendirá más la vida." Pero la india les explicó que lo más temible de la enfermedad del insomnio no era la imposibilidad de dormir, pues el cuerpo no sentía cansancio alguo, sino su inexorable evolución hacia una manifestación más crítica: el olvido. Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaban a borrarse de su memoria los recuerdos de la infancia, luego el nombre y la noción de las cosas, y por último la identidad de las personas y aun la conciencia de su propio ser, hasta hundirse en una especie de idiotez sin pasado. José Arcadio Buendía, muerto de risa, consideró que se trataba de una de tantas dolencias inventadas por la superstición de los indígenas. Pero Úrsula, por si acaso tomó la precaución de separar a Rebeca de los otros niños.
-Cien años de soledad
Gabriel García Márquez

Vaya profecía. Aquí, desde el norte del río Bravo, parece que la gente padece de las etapas avanzadas de la peste del insomnio. Ya nadie se acuerda del pasado, de la historia, o de lo que es ejercitar la razón. George Orwell una vez dijo "Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado". Ahora ¿quien controla el presente? Creo que los gringos se merecen el país que tienen.

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