Envoltura mortal sucia y torturada
La envoltura mortal de las monjas era lo único que poseían para materializar su entrega a Dios; no obstante se les apremiaba a no tocar su propio cuerpo, ni el de otra monja, salvo cuando mortificaban su carne mediante disciplinas o besaban los pies de las demás en señal de arrepentimiento. Desde el noviciado se les enseñaba cómo manejar los ojos y las manos: la vista en el suelo ayudaba a abrir los ojos hacia el cielo, olvidarse de la tierra y no codiciar lo ajeno. Las manos debían estar estar ocupadas en labores de costura, pues la ociosidad las podría conducir a faltas a la castidad que se cometían incluso con una palabra mal dicha o un pensamiento espontáneo. Guardar la pureza era una preocupación constante. La enfermedad era un regalo que permitía poner a prueba el grado de entrega al divino esposo. Padecer en silencio, privarse de alimentos, agregar a los ayunos reglamentarios otros por gusto propio, y sobre todo negarse a cualquier tratamiento médico aumentaban la santidad. Había monjas que se vanagloriaban de no permitir que un médico las tratara para evitar atentados al pudor.
El desprecio hacia el cuerpo se manifestaba también en la falta de higiene personal. Las monjas no acostumbraban bañarse. De hecho lo hacían por recomendación médica; si una rehusaba, la madre superiora la obligaba por votos de obediencia. Si la monja quería bañarse nada más por gusto, se le podía negar el permiso.
- Fragmento de El cuerpo femenino, embarazos, partos y parteras: del conocimiento empírico al estudio médico. Anne Staples. Again Enjaular los cuerpos... compilado por Julia Tuñón.
Monjas masoquistas, sádicas y puercas.
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ESPOSAR-SE-ñor
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