lunes, noviembre 28, 2016

Apología del Cacaolat

La paciencia policíaca para capturar un recuerdo puede llegar a ser hasta ridícula. A uno le bastaba con una galleta mojada en el té; a otro, con una gota de perfume que hubiera quedado en el fondo de una botellita vacía; a otro il suon dell' ora, un repique de campanas que el viento arrastrara desde la torre del pueblo. Sabores, olores mínimos, sonidos del pasado. Me da vergüenza decirlo, porque no es muy poético que digamos, pero es así y no puedo cambiarlo: mi galleta mojada, mi gota de perfume, mi música del viento es un prosaico y vulgar trago - tan breve como la infancia - de una bebida catalana llamada Cacaolat, mezcla de leche y cacao que tomaba diariamente en los recreos matinales de la escuela.

Basta que vuela a probar esa bebida para que regresen los recuerdos del pasado. Pero no puede ser más ridícula y menos poética esa palabra, Cacaolat, y tal vez por eso media vida la he pasado odiando a los escritores que trabajan con sus recuerdos y defendiendo, en cambio, a aquellos otros que sin el peso muerto de los recuerdos están en condiciones de alcanzar la edad adulta del escritor con mayor rapidez. Media vida la he pasado defendiendo a aquellos escritores que no viven de las rentas del pasado y que saben demostrar una imaginación al día, una imaginación capaz de inventar del presente, es decir, de la nada misma.

- Fragmento de "El mal de Montano". Enrique Vila-Matas.

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