Trinidad
Las naranjas que se producen en estas islas tropicales son especialmente jugosas y aromáticas; pero nunca aparecen en ningún mercado europeo o norteamericano. Como nos sucede a tantos de nosotros, su cara es su desgracia; poseen una piel que la naturaleza ha hecho no naranja sino verde brillante, estriada irregularmente de amarillo. Por lo tanto nadie las comprará fuera de su lugar de origen. Pues la fruta, por extraño que sea, se vende principalmente por su aspecto, no por su gusto. Todo fruticultor sabe que su producto debe atraer primero al ojo y sólo secundariamente al paladar. ¡Se han emprendido inmensos trabajos para embellecer la piel, pero cuán poco se ha preocupado nunca alguien por mejorar el sabor de nuestros postres!
El atractivo de los colores brillantes, la simetría y el tamaño, es irresistible. La manzana con gusto a aserrín del Medio Oeste es maravillosamente redonda y roja; la naranja de California puede no tener sabor y una cáscara como cuero de un cocodrilo... pero es una lámpara de oro; y la rotundidad, lo rojo y lo naranja son lo que primero percibe el comprador cuando entra en la tienda. Más aun, estas dos frutas son grandes; y la codicia es tan tonta que siempre prefiere grandes pedazos de comida a pequeños trozos de comida - y los prefiere aun cuando esa comida sea comprada al peso, y no hace diferencia alguna el que las porciones individuales sean grandes y pequeñas.
Pero esto no es todo aún. El hombre se asoma a la realidad a través de un medio que interviene y es sólo parcialmente transparente: su lenguaje. Ve las cosas reales recubiertas por sus símbolos verbales. Así, cuando mira las naranjas es como si las observara a través de un vitral que representa naranjas. Si las naranjas reales corresponden al beau ideal de las naranjas pintadas en el vidrio siente que todo anda bien. Pero si no corresponden lo asalta la sospecha: algo debe andar mal.
Un vocabulario es un sistema de ideas platónicas a las cuales sentimos (ilógicamente, sin duda, pero con fuerza) que la realidad debería corresponder. Gracias al lenguaje todas nuestras relaciones con el mundo exterior están teñidas por una cierta cualidad ética; siempre antes de comenzar nuestras observaciones, pensamos que ya sabemos cuál es el deber de la realidad para serlo en efecto. Por ejemplo, obviamente, el deber de toda naranja es ser naranja; y si en la realidad no son color naranja sino, como las frutas de Trinidad, verde brillante, entonces nos rehusaremos aun a probar estar caricaturas anormales e inmorales de naranjas. Todo lenguaje contiene, por implicaciones, un conjunto de imperativos categóricos.
- Aldous Huxley. Más allá del Golfo de México.